domingo, 16 de agosto de 2015

El homo sovieticus sigue vivo





 El término en cuestión fue acuñado por el reconocido escritor y sociólogo Aleksandr Zinóviev 
Homo sovieticus, era un término burlesco para definir el trabajador típico en la economía socialista. 

El homo sovíeticus no es exclusivo de las economías socialistas, también es común en las empresas nacionalizadas y en la administración pública de los países capitalistas. 

El homo sovieticus se da naturalmente en  todos los entornos laborales en los que se dan ciertas condiciones favorables para la aparición del mismo.
Estas condiciones son: 
Contratos blindados de una u otra forma: es decir que no es posible despedir a un trabajador, o es tan difícil hacerlo que en la práctica es imposible. 
Remuneración que no depende del rendimiento. Ganan lo mismo los que trabajan más que los que trabajan menos. Por ejemplo cuando los sueldos se determinan en base a la antigüedad en el puesto de trabajo, trienios, quinquenios etc.
Escasa o nula supervisión de su trabajo por su jefe. Si su jefe también es un homo soviéticus él mismo entonces la situación es perfecta para el homo sovieticus, sabe que su jefe no va a hacer ningún esfuerzo por supervisarlo.

Características generales 

El homo sovieticus se refería específicamente a alguien con las siguientes características, usualmente combinadas:
  • Indiferencia por los resultados de su propio trabajo o la falta de productividad en el mismo, expresadas en el famoso dicho o chiste soviético “Ellos [los burócratas o dirigentes comunistas] fingen pagarnos y nosotros fingimos trabajar”, y la falta de iniciativa.
  • Indiferencia hacia la propiedad común y pequeños hurtos en los lugares de trabajo, usualmente para un posterior uso personal. Respecto a este fenómeno, una línea de una popular canción soviética de la época rezaba que “Todo lo que pertenece al koljós me pertenece a mí” (en ruso: все теперь колхозное, все теперь мое, transliterado como Vse tieper kolkhoznoye, vse tieper moye), se usaba a veces para referirse irónicamente a los robos que solían ocurrir en las granjas colectivas. La denominada “Ley de las pequeñas espigas”, promulgada durante el régimen del dictador Iósif Stalin en 1932 -en plena era de la colectivización forzosa de laagricultura-, aunque hacía del hurto de parte del patrimonio colectivo un delito duramente castigado (con diez años de prisión), terminó siendo un intento fracasado por poner fin a esta actitud.
  • Aislamiento de la cultura mundial, creada por las fuertes restricciones soviéticas sobre viajes al extranjero y la estricta censura del flujo de información, fenómenos además potenciados por la incesante propaganda política marxista-leninista tendiente aladoctrinamiento de las masas desde la niñez. Por otro lado, el intento oficial de aislar al pueblo soviético de la influencia occidental, comenzando por la anglosajona tuvo un efecto contraproducente. Por el contrario, la “exótica” cultura occidental se volvió particularmente interesante precisamente porque las referencias complacientes hacia ella estaban prohibidas dentro de la Unión Soviética. Los funcionarios soviéticos solían denominar a este tipo de fascinación como “idolatría occidental” (en ruso: идолопоклонничество перед Западом, transliterado como idolopoklonnichestvo peried zapadom).
  • Obediencia (absolutamente) pasiva de los dictados emanados de las autoridades del totalitario régimen comunista.
  • Evitaba aceptar la responsabilidad individual respecto de prácticamente nada.

 Es muy probable que te encuentres con algún ejemplar de homo soviéticus en tu vida diaria, especialmente cuando tengas tratos con la administración pública. Son muy abundantes y fáciles de identificar. Para empezar suelen tener una expresión tipo Buster Keaton, es decir un rostro inexpresivo, ¿ Habrá vida humana bullendo en el cerebro detrás de esos ojos?. 

Esta entrada fue publicada originariamente aquí el

lunes, 22 de septiembre de 2014