a) ¿la lucha sindical?
b)¿ la ingeniería industrial?
Peter Drucker, en La Sociedad Postcapitalista nos ilustra sobre este tema:
LA REVOLUCIÓN DE LA PRODUCTIVIDAD
¿Qué fue entonces lo que derrotó a Marx y al marxismo? -Hacia 1950 muchos de nosotros sabíamos ya que el marxismo había fracasado tanto moral como económicamente (yo lo había dicho ya en 1939 en mi libro The End ofEconomic Man); pero el marxismo era todavía la única ideología coherente en la mayor parte del mundo y en la mayorparte del mundo parecía invencible.
Había «antimarxistas» en abundancia pero, todavía, pocos «no-marxistas»; esto es gente que pensaraque el marxismo ya no era relevante, como la mayoría sabe en la actualidad. Incluso aquellos que se oponían acervamente al socialismo seguían convencidos de que su influencia era cada día mayor.En 1944, el padre del neoconservadurismo en el mundo occidental, el economista anglo-austríaco Friedrich von Hayek (1889-1992) argumentaba ensu libro The Road to Serfdom que el socialismo significaba de forma inevitable la esclavitud. El «socialismo democrático» no existe, decía Hayek entonces; sólo hay «socialismo totalitario», pero no decía en 1944 que el marxismo no podía funcionar; por el contrario, tenía mucho miedo de que pudiera funcionar y funcionara. Sin embargo, en su último libro The Fatal Conceit(University of Chicago Press, 1988) escrito cuarenta años más tarde, asegura que el marxismo nunca podía haber funcionado y cuando publicó estelibro casi todo el mundo, especialmente casi todo el mundo en los paísescomunistas, había llegado a la misma conclusión.
¿Qué venció entonces a las «inevitables contradicciones del capitalismo», a la «alienación» y la «caída en la miseria» de los proletarios ycon ella al «proletario» mismo?’ yLa respuesta es La Revolución de la Productividad.Cuando el saber cambió de significado, hace 250 años, empezó a aplicarse a las herramientas, procesos y productos y esto es lo que«tecnología» aún significa para la mayoría de gente y lo que se enseñaen las escuelas de ingeniería. No obstante, dos años antes de la muerte de Marx se había iniciado la Revolución de la Productividad.
En1881, un estadounidense, Frederick Winslow Taylor (1856-1915)aplicaba por vez primera el saber al estudio del trabajo, al análisis del trabajo y a la ingeniería del trabajo.El trabajo ha existido desde que el hombre existe; en realidad, todos los animales tienen que trabajar para vivir y en Occidente durante largo tiempo se ha alabado la dignidad del trabajo de labios para afuera.El segundo texto griego más antiguo, unos cien años después de la épica deHomero, es un poema de Hesiodo (siglo XVIII a.C.), titulado Trabajos y Días que canta el trabajo del agricultor.
Uno de los más bellos poemas romanos son las Geórgicas, de Virgilio (70-19 a.C.), un ciclo de canciones sobre el trabajo del agricultor. Aunque no hay un interés tan vivo por el trabajo en la tradición literaria oriental, el emperador de la China tocaba un arado una vez al año para celebrar la siembra del arroz.
Pero tanto en Occidente como en Oriente, estos eran gestos puramente simbólicos; ni Virgilio ni Hesiodo miraban de verdad lo que hacíaun agricultor, como tampoco lo hizo nadie más a lo largo de la mayoría de la historia escrita.‘ El trabajo era indigno de la atención de las personas educadas, de las personas pudientes, de las personas con autoridad; el trabajo era algo que hacían los esclavos. «Todo el mundo sabía» que la única manera de que un obrero produjera más era trabajando más horas y más duro. También Marx compartía esta opinión ’con todos los economistas o ingenieros del siglo XIX. ‘Fue por pura casualidad que Taylor, un hombre educado y acomodado, se convirtiera en obrero. Problemas en la vista le obligarona abandonar la idea de ir a Harvard y empezó a trabajar como obrero en una fundición de hierro. Como era un hombre de un’ talento, pronto empezó a ascender hasta convertirse en uno de los jefes y susi nventos para trabajar el metal lo hicieron rico al poco tiempo. Loque entonces hizo que Taylor iniciara el estudio del trabajo fue su conmoción ante el mutuo y creciente odio existente entre capitalistasy obreros, que dominaba los finales del siglo XIX. En otras palabras,Taylor vio lo que vieron Marx y Disraeli y Bismarck y Hemy James;pero vio también lo que ellos no consiguieron ver: era un conflicto innecesario y se propuso hacer que los obreros fueran productivos y así ganaran un salario decente.La motivación de Taylor no fue la eficacia ni la creación de beneficios para los propietarios; hasta el momento de su muerte sostuvo que el principal beneficiario del fruto de la productividad tenía que ser el obrero y no el patrón. Su principal motivación era la creaciónde una sociedad en la que obreros y patronos, capitalistas y proletarios, tuvieran un interés común en la productividad y construyeranuna relación armónica sobre la aplicación del saber al trabajo. Losque se han acercado más a comprender esto hasta el momento los empresarios y sindicatos japoneses de después de la Segunda GuerraMundial.
4. Y sigue sin haber una historia del trabajo; aunque si a ello vamos y pese a tanto filosofar sobre el saber, tampoco hay una historia del saber. Ambas deberían llegar a ser áreas de estudio importantes en las próximas décadas o, al menos, en elpróximo siglo.
Pocas figuras en la historia intelectual han tenido un impacto mayor que Taylor y pocas han sido tan deliberadamente malentendidas y tan asiduamente mal citadas En parte Taylor ha sufrido las consecuencias de que la historia demostrara que él tenía razón y que los intelectuales se equivocaban; en parte Taylor es ignorado porque aún persiste el menosprecio por el trabajo, especialmente entre los intelectuales; a buen seguro, mover arena a paletadas, el análisis más conocido de Taylor, no es algo que un «hombre educado» apreciaría y, mucho menos consideraría importante.
No obstante, en una ‘parte aún mayor la reputación de Taylor hasufridb precisamente’ porque aplicó el saber al estudio del trabajo; ’esto era un anatema para los sindicatos obreros de su tiempo que ’montaron contra Taylor una de las campañas de difamación más sañudas de la historia de Estados Unidos. El crimen de Taylor, a los ojos de los sindicatos, era su afirmación de que no existía el «trabajo especializado»; en las operaciones manuales sólo existe el «trabajo, todo puede ser analizado de la misma forma. Cualquier obrero que‘ esté dispuesto a hacer el trabajo de la forma en que el análisis muestre que debe hacerse, es un «hombre de primera clase» y merece un «salario de primera clase»; es decir, lo mismo o más que el obrero especializado recibía con sus largos años de aprendizaje.
Además, los sindicatos respetados y poderosos en los Estados Unidos de Taylor eran aquellos de los arsenales y astilleros propiedad del gobierno en los que se hacía, antes de la Primera Guerra Mundial, toda la producción de defensa en tiempos de paz y estos sindicatos eran monopolios gremiales; la pertenencia a uno de ellos quedaba restringida a los hijos o familiares de los miembros. Se exigía un aprendizaje de entre cinco y siete años pero no se daba una preparación sistemática o estudio del trabajo; en ninguna ocasión estaba permitido anotar nada; ni siquiera había planos o cualquier otro tipo de dibujo del trabajo a hacer; los miembros debían jurar guardar el secreto y no se les permitía‘ hablar de su trabajo con personas que no fueran miembros del sindicato. La afirmación de Taylor de que el trabajo podía ser estudiado, analizado y dividido en una serie de movimientos simples y repetitivos, cada uno de los cuales debía hacerse en su forma correcta, con su tiempo correcto y con sus
5. De hecho, no se publicó ninguna biografía fiable hasta 1991 cuando aparecióFrederic/e W. Taylor; Mito y Realidad, de Charles D. Wrege y Ronald J. Greenwood(Irwin, Homewood, Illinois).
propias herramientas, era de hecho un ataque frontal contra ellos y por ello le vilipendiaron y consiguieron que el Congreso prohibiera el Estudio del Trabajo en los arsenales y astilleros del gobierno, prohibición que prevaleció hasta después de la Segunda GuerraMundial.
Taylor no mejoró las cosas al ofender a los patronos de su tiempo tanto como ofendía a los sindicatos; al tiempo que no tenía ningún respeto por los sindicatos, se mostraba despreciativamente hostil hacia los empresarios; su epíteto favorito para ellos era «cerdos». Y además estaba su insistencia en que los obreros y no los empresarios debían recibir la parte del león de las mejoras en beneficios que produjera la Dirección Científica. Y por si esto fuera poco, su «Cuarto Principio» exigía que el estudio del trabajo se hiciera al menos en consulta, si no en asociación, con el obrero. Para terminar, Taylor mantenía que la autoridad en la planta no debía basarse en la propiedad; sólo podía basarse en un saber superior; en otras palabras, exigía lo que ahora llamamos «dirección profesional» y eso era anatema y «herejía radical» para los capitalistas del siglo XIX. Fue duramente atacado por ellos como «elemento perturbador» y «socialista». (Algunos de los más estrechos discípulos y colaboradores de Taylor, especialmente Karl Barth, su mano derecha, sí que‘ eran «izquierdistas» abiertos y declarados y fuertemente anticapitalistas).
A los contemporáneos de Taylor su axioma según el cual todo trabajo manual, especializado o no, podía analizarse y organizarse mediante la aplicación del saber les parecía absurdo. Y que había una mística en la pericia de un oficio fue algo aceptado universalmente durante muchos, muchos años.
Este convencimiento animó aún más a Hitler a declarar la guerra a Estados Unidos en 1941. Para que Estados Unidos presentara una fuerza militar eficaz en Europa necesitaría una gran flota que transportara las tropas y en aquel momento no contaba casi con marina mercante y no tenía ningún destructor para protegerla. Hitler argumentaba además que la guerra moderna requería ópticas de precisión, y en gran cantidad, y no había obreros ópticos especializados en Estados Unidos.
Hitler tenía toda la razón; la marina mercante de Estados Unidos era casi inexistente y sus destructores eran pocos y ridículamente anticuados; tampoco tenía casi industria óptica; pero aplicando el «estudio del trabajo» de Taylor, Estados Unidos aprendió a preparar obreros totalmente no cualificados, muchos de ellos aparceros en un entorno preindustrial, y convertirlos en el plazo de sesenta a noventa días en soldadores y constructores de buques de primera clase. Estados Unidos preparó igualmente en el espacio de pocos meses a la misma clase de gente para producir ópticas de precisión de mejor calidad que las que nunca habían hecho los alemanes y utilizando por añadidura cadenas de montaje. En conjunto, donde Taylor tuvo el mayor impacto fue en la formación profesional.
Adam Smith, sólo cien años antes, daba por sentado que se necesitaban por lo menos cincuenta años de experiencia (y es más probable que sea un siglo) para que un país o región adquiera los conocimientos necesarios para producir artículos de alta calidad, y tomaba como ejemplo la producción de instrumentos musicales en Bohemia y Sajonia y de tejidos de seda en Escocia. Setenta años más tarde, alrededor de 1840, un alemán, August Borsig (1804-1854), una de las primeras personas fuera de Inglaterra que construyó una locomotora a vapor, ideó lo que todavía es el sistema alemán de aprendizaje, que combina la experiencia práctica en fábrica bajo un ‘maestro con una base teórica en la escuela; sistema que sigue siendo el fundamento de la productividad industrial alemana. Pero incluso el aprendizaje de Borsig requería de tres a cinco años. Entonces, primero en la Primera Guerra Mundial y más especialmente en la Segunda, Estados Unidos aplicó sistemáticamente el enfoque de Taylor para preparar «hombres de primera clase» en pocos meses y esto, más que cualquier otro factor, explica por qué Estados Unidos fue capaz de derrotar tanto a Alemania como a Japón.
Todas las anteriores potencias económicas de la historia moderna, Inglaterra, Estados Unidos, Alemania, habían surgido en razón del liderazgo en nueva tecnología; las potencias económicas de después de la Segunda Guerra Mundial, primero Japón, luego Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur, todas deben su desarrollo al sistema de formación de Taylor que les permitió dotar a una fuerza laboral en gran medida aún preindustrial y por lo tanto con bajo nivel salarial con una productividad’ a nivel mundial en un período de tiempo mínimo. En las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, la formación basada en Taylor se convirtió en el único motor verdaderamente eficaz del desarrollo económico.
La aplicación del saber al trabajo aumentó de forma explosiva la
productividad.6
6. El término mismo era desconocido en tiempos de Taylor; de hecho, siguió siéndolo hasta antes de la Segunda Guerra Mundial cuando empezó a ser utilizado en EE.UU. Incluso en 1950 el más autorizado diccionario inglés, el Concise Oxford, no recogía todavía el término «productividad» en su significado actual.
Durante cientos de años no se había producido ningún aumento en la habilidad de los obreros para producir artículos o para moverlos; las máquinas crearon una mayor capacidad; pero los obreros mismos no eran más productivos de lo que lo habían sido en los talleres de la antigua Grecia, en la construcción de las calzadas de la Roma Imperial o en la producción de los apreciados tejidos de lana que dieron a la Florencia del Renacimiento su riqueza. Sin embargo, pocos años después de que Taylor empezara a aplicar el saber al trabajo, la productividad empezó a aumentar a un ritmo del 3,5 al 4 % por arño; lo cual significa doblarse cada dieciocho años más o menos. Desde que Taylor empezó, la productividad ha crecido unas cincuenta veces en todos los países avanzados; sobre esta expansión sin precedentes descansan todas las mejoras tanto en el nivel como en la calidad de vida en los países desarrollados. La mitad de esta productividad adicional ha ido a crear un mayor poder adquisitivo; esto es, un más alto nivel de vida. Pero entre un tercio y la mitad ha ido a la creación de un aumento del ocio.Todavía en 1910 los obreros de países desarrollados seguían trabajando por lo menos tres mil horas al arño; ahora incluso los japoneses trabajan dos mil horas al arño, los estadounidenses unas mil ochocientas cincuenta y los alemanes como máximo mil seiscientas; y todos ellos producen cincuenta veces más por hora que lo que producían hace ochenta arños. Otra parte sustancial de la mayor productividad ha ido a la atención sanitaria, que ha pasado de prácticamente el 0 % del producto nacional bruto al 8 o 12 % en los países desarrollados, y a la educación, que ha pasado de alrededor del 2 % del producto nacional bruto a un 10 % o más.
Y la mayor parte de este aumento, tal como predijo Taylor, ha ido a los trabajadores, es decir a los proletarios de Marx. Henry Ford (1863-1947) sacó su primer automóvil barato, el Modelo T en 1907, que era «barato» sólo por comparación con los demás automóviles en el mercado, los cuales, en términos de renta media, costaban tanto como costaría hoy un avión bimotor privado. A setecientos cincuenta dólares, el Modelo T costaba lo que un obrero industrial que trabajara a jornada completa ganaba en Estados Unidos en tres o cuatro años, ya que entonces ochenta centavos era el jornal de un buen dia. Y, por supuesto, no había otros «beneficios». En aquel tiempo incluso un médico no ganaba casi nunca más de quinientos dólares al año; hoy un obrero sindicado de la industria del automóvil en EE.UU., Japón o Alemania Occidental, trabajando sólo cuarenta horas a la semana, gana cincuenta mil dólares en salario y subsidios —cuarenta y ’ cinco mil después de impuestos— que es aproximadamente ocho vees lo que cuesta un coche barato hoy.
Para 1930 la dirección científica de Taylor, pese a la resistencia por parte de sindicatos e intelectuales, se había extendido por todo el mundo desarrollado. Como resultado, el «proletario» de Marx se convirtió en un «burgués»; el obrero de fábrica, el «proletario» y no el «capitalista» había sido el verdadero beneficiario del capitalismo y la revolución industrial. Esto explica el fracaso total del marxismo en los países altamente desarrollados a quienes Marx había pronosticado la «revolución» para el año 1900; explica por qué, después de 1918, no ha habido «revolución proletaria» ni siquiera en los países derrotados de Europa Central en los cuales había miseria, hambre y desempleo; explica por qué la Gran Depresión no llevó a una revolución comunista, como Lenin, Stalin y prácticamente todos los marxistas habían esperado confiadamente; para entonces, los proletarios de Marx aún no eran «acomodados» pero ya se habían convertido en clase media; se habían convertido en productivos.
«Darwin, Marx, Freud» es la trinidad que se cita a menudo como «hacedores del mundo moderno»; si hubiera justicia en el mundo habría que sacar a Marx y poner a Taylor en su lugar. El hecho de que no se reconozca el mérito de Taylor es una cuestión menor; no obstante, lo que sí es una cuestión importante es que demasiada poca gente se dé cuenta de que fue la aplicación del saber al trabajo lo que creó a los países desarrollados al poner en marcha la explosión en productividad de los últimos cien años. Los tecnólogos atribuyen el mérito a las máquinas; los economistas, a la inversión de capital; pero ambos factores eran tan abundantes en los primeros cien años de la era capitalista, esto es antes de 1880, como lo han sido desde entonces; en lo que hace a la tecnología o al capital, los segundos cien años difieren poco de los primeros cien. Pero no hubo absoluta mente ningún aumento de productividad laboral en los primeros cien años y, en consecuencia, tampoco hubo apenas aumento en la renta real del obrero ni disminución en su jornada laboral; lo que hizo que los segundos cien años fueran tan críticamente diferentes sólo puede explicarse como el resultado de aplicar el saber al trabajo.
La productividad de las nuevas clases, las clases de la sociedad poscapitalista, puede aumentar sólo mediante la aplicación del saber al trabajo; ni máquinas ni capital pueden hacerlo en realidad, si se aplican solos es probable que dificulten más que creen productividad (como estudiaremos más adelante, en el capítulo 4). Cuando Taylor empezó, nueve de cada diez trabajadores realizaban un trabajo manual, haciendo o trasladando cosas; en fábricas, agricultura, minería o transporte. La productividad de la gente que se ocupa en hacer y mover cosas sigue subiendo al ritmo histórico de un 3,5 a 4 % y en la agricultura en Estados Unidos y Francia aún más rápido, pero la revolución de la productividad ha terminado. Hace cincuenta años, en los cincuenta, las personas dedicadas a trabajos para hacer o trasladar cosas eran aún mayoría en todos los países de-sarrollados; hacia 1990 habían quedado reducidas a un quinto de la fuerza laboral; hacia 2010 no serán más de una décima parte. Aumentar la productividad de los obreros manuales en fábricas, agricultura, minería o transporte ya no puede crear riqueza por sí mismo; la revolución de la productividad se ha convertido en víctima de su propio éxito. A partir de ahora lo que importa es la productividad de los trabajadores no manuales; y eso exige la aplicación del saber al saber.
Nota : los hermanos McDonalds aplicaron la organización científica a sus restaurantes, consiguieron que muchas familias de trabajadores estadounidenses pudieran permitirse por primera ver ir a comer fuera. Eran restaurante para familias, por ejemplo cuando los fundaron no se vendía alcohol en los mismos. Hoy en día ir a un McDonalds y mirar hacia la cocina es la mejor forma de ver un ejemplo de organización científica del trabajo.
¿Que ocurrió en los paises socialistas y comunistas? Pues una verdadera revolución de la "antiproductividad" ver la entrada homo sovieticus
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